Es preciso observar desde la distancia y con perspectiva el cuadro de la historia, para poder entender las motivaciones que impulsan a los actores que la protagonizan, y, tras contextualizar lo obvio, ser capaces de identificar lo sutil e inesperado que, bajo esa nueva mirada, aparece como un resplandor ante nuestros ojos, dotando de un sentido inesperado y nuevo a todo lo visible.
René Descartes es uno de esos gigantes de la historia del pensamiento que, con su genialidad, transformó la visión del mundo que hasta ese momento tenía la humanidad. Él nos mostró hace ya cuatro siglos el camino de la duda como la fórmula para alcanzar la verdad, una verdad racional donde la duda- sustituyendo a la fe y a la tradición-, nos permite ver lo que, con luz propia, alumbra al otro lado del espejo.
Los grandes genios de la humanidad no se conforman con hallazgos pequeños por grande que sea el impacto en su tiempo. Empujados por un impulso irracional que mana en su interior, ansían abarcar el cosmos y entender las fuerzas gravitacionales de los satélites y de los planetas en u intento de penetrar la esencia de la naturaleza y de los seres vivos, para, a partir de ahí, transformar el mundo, transcender en la historia, y colocarse en un plano de igualdad con Dios. Así, lo intentaron, entre otros muchos, Aristóteles, Platón o Whitehead con la filosofía, Newton con las fuerzas gravitacionales, o Faraday unificando la gravedad y el magnetismo. Descartes también soñó con una ciencia maravillosa que integrase todo el conocimiento humano bajo una única disciplina, las matemáticas, como Einstein lo hará muchos años después imaginando una Teoría del Todo, donde la física explicaría y conectaría, a través de un esquema simple, todas las interacciones básicas entre los elementos.
Es esa pulsión irracional, esa hybris incontrolable que busca con ansia el conocimiento profundo, la que transforma lentamente a los genios en seres diferentes, haciéndoles ver cómo su mundo se disocia cada vez más del real, y que, a cada empellón que reciben, se separan poco a poco de los suyos, mientras son arrastrados por demonios invisibles que los llevan al borde de un abismo impredecible.
Descartes es uno de esos personajes del gran teatro del mundo que atraviesan el firmamento de la existencia humana como una veloz y luminosa supernova, incomprendidos y, a menudo, odiados por su generación, para sumirse de golpe en las profundidades del olvido, hasta que algún sabio, un astrónomo del alma o un explorador de los arcanos del pensamiento, acierta a descubrirlos siglos después y los saca a flote.